martes, 16 de abril de 2013

MIL DISCULPAS...

¡Muy buenas! Ante todo, disculparme por los que seguíais la historia y dejé de publicarla tan bruscamente... De verdad, no tengo perdón ni excusa alguna. Lo siento mucho.

Está entrada en principio es para disculparme, que creo que es lo mínimo que puedo hacer. Me temo que estoy rearrancando con la historia, pero todavía es un proceso lento... Tengo que volver a conectar con la trama y los personajes. La buena noticia es que la semana que viene refrescaré mis memorias de la ciudad de París, ya que tengo previsto pasar allí unos pocos días.

Mi intención con la novela es acabarla este verano. Y después la colgaré gratuitamente en alguna plataforma, pero entera, no a trozos como lo hacía aquí...

Y cuando eso ocurra, avisaré por aquí y facilitaré el link.

Un besazo enorme :).

martes, 3 de julio de 2012

►CAPÍTULO IX [Part II]


—¡¿Me has arrastrado de la cama para hacer de niñera?! —exclamó con exaltada incredulidad mientras elevaba sus gafas de sol oscuras desde el puente de la nariz hasta la frente.

Estaban frente a la fachada principal del hotel, parados ante su flamante Jeep Cherokee lacado en negro, y sentada detrás en una silla infantil homologada vislumbraba a una niña de bucles de oro que la miraba con patente hostilidad.

Imposible. Ella DE-TES-TA-BA a los mocosos. No podía pasar más de un minuto con ellos sin desear que desaparecieran de su lado. Sus berridos y caprichosos lloriqueos acababan con su paciencia en un santiamén. Pero esta niña no era un bebé. Rondaría los siete años… Y podía llegar a ser más irritable aún que un babeante bebé. Porque tenía conciencia y una mente que sabía maquinar con inteligencia los planes que se le antojaran… Y esos planes bien podrían concentrarse en hacerle el día imposible a juzgar por el modo en que la miraba.

Connan sonrió, aparentemente ignorante del campo de batalla que se había instalado en el cruce de miradas entre la pequeña y ella.

—Es mi hermana pequeña, Allison —explicó él, como si eso hiciera más positiva la perspectiva de pasar más de dos minutos en compañía de esa mocosa—. Le prometí una excursión y me pareció que ésta era una buena ocasión para cumplir mi palabra.

Jane no pudo hacer desaparecer la tensión de su cara. La próxima vez que se dejara embaucar ante la promesa de una sorpresa se aseguraría de que la persona en cuestión estuviera bien informada acerca de su aversión a los niños.

Observó a Connan acomodarse en el asiento conductor, y como el tapizado de cuero y su elegante apariencia se fusionaba en un conjunto perfecto. Ambos habían nacido para pertenecerse el uno al otro. Aquel coche parecía realzar la masculinidad que exudaba Connan, su solidez y su capacidad para deslumbrar.

Reprimió un exasperado gruñido mientras se veía avanzar hacia el lado copiloto, sintiéndose como un carnero que desfilara hacia el matadero. Como no se le ocurría ninguna excusa que la eximiera de parecer idiota tuvo que tragarse su descontento y sentarse en el coche junto a él. Empleó unos segundos en maldecirse a sí misma, porque ella solita había ido en pos de su fatídica suerte de aquel día.

Cuando aterrizó de la comitiva de improperios que rondaba su mente, se percató del rostro resplandeciente de Connan, que parecía muy complacido por poco estaban marchando las cosas aquella mañana.

—Allison —llamó él, mientras sus ojos azules se despegaban de ella para mirar hacia la niña en la parte trasera—. Ella es amiga mía; se llama Jane. Estoy seguro de que os gustaréis —comentó él, volviendo su mirada nuevamente a Jane. Aquel comentario exageradamente entusiasta casi consiguió arrancarle una carcajada, pero Connan parecía hablar en serio y no tuvo el valor de burlarse.

En cambio, se esforzó por mostrar cierto interés y miró hacia atrás inclinándose sobre el lateral del asiento, y enseguida se arrepintió porque la niña le devolvió una mirada envenenada y sus labios se fruncían feamente, como si estuviera esforzándose en reprimir una sarta de palabras ofensivas hacia ella.

—Hola Allison —la saludó Jane, aunque muy fríamente, sin adornar sus palabras con una amable sonrisa. Ella no era hipócrita, ni tenía el interés suficiente en ella como para tratar de enderezar un mal comienzo. Estaba segura que la relación más pacífica entre ellas iba a ser la ignorancia, camino que la niña ya había emprendido y que Jane estaba encantada de secundar.

Sin embargo se equivocaba. Allison estaba muy lejos de otorgarle una cómoda indiferencia, y en cambio iba a participar de la forma más activa posible para espantarla de su vida. Sus siguientes palabras así lo revelaron.

—Ahórrate el saludo y mejor practica un adiós, porque no pasará mucho tiempo antes de que te despidas para siempre de nosotros —le respondió la niña con arrogancia y acritud, con la implícita amenaza de lo que ya sospechaba: iba a ser objeto de todo un boicot infantil. Estupendo. Aquel día iba a ser muy muy muy muy pero que muy… largo.

—¡Allison! —exclamó Connan a su lado con tono amonestador y el ceño fruncido—. Está excursión tiene como propósito que todos disfrutemos, pero pareces no haber captado bien el mensaje.

—¡No! ¡Sí lo he captado! —chilló la niña enfadada—. ¡No te lo pasas bien solo conmigo y tienes que traer a tus asquerosas amiguitas!

Ese era un golpe duro, aunque por lo manipulador que resultaba. Sin embargo, Jane atisbó en el semblante de Connan cierta vulnerabilidad hacia las palabras de la niña, como si le preocupara realmente la impresión que pudiera tener la pequeña al respecto. Sin embargo, Jane desde el exterior, sin estar involucrada directamente en esa relación y con la valiosa carta de la antipatía que le suscitaba la niña veía claramente que solo se trataba de una quisquillosa practicando manipulación emocional con bastante destreza.

—Basta ya —dijo él, tratando de imprimir autoridad a su tono. Y aunque lo consiguió, Jane ya había visto como su enfado hacia ella se resquebrajaba segundos antes—. No es justa tu actitud hacia Jane. Dale una oportunidad para que te caiga bien o mal. Pero no prejuzgues. Es una fea costumbre que tienes y además muy perjudicial, sobre todo para ti misma.

—¡No! —protestó Allison con vos estridente—. ¡No quiero conocerla! ¡Ya he conocido a todas tus novias y todas eran tontas, asustadizas o tan aburridas que no merecía la pena ni molestarlas! ¡Y las que no eran así tenían ganas de quitarme de en medio y eran unas furcias asquerosas!

Jane sintió que había juzgado mal a la niña. Era aún más revoltosa y deslenguada de lo que había esperado en un primer momento. Enseguida sintió grandes deseos de escabullirse y aprovechó el tenso y breve silencio que siguió al rapapolvo de la mocosa.

—No tengo ningún problema en desertar de esta excursión —dijo—. Tengo cosas que hacer, además.

Enseguida se arrepintió de haber hablado. Connan la miró con la burla brillando en sus ojos. Y ella entendía por qué: había creído captar cierta cobardía de cara a un día en compañía de su rebelde hermanita. Pero estaba muy equivocado. Ella no temía a la niña y su hostilidad hacia ella. Lo que temía era a su propia paciencia y su capacidad para no estrangular a esa renacuaja. Porque no dudaba de las fatales consecuencias que podía adoptar el asunto si la niña se empeñaba en molestarla.

—Nosotros tampoco tenemos problema en que te quedes y sigamos con el plan inicial —apuntó él con voz risueña.

—Habla por ti —gruñó Allison desde atrás, pero ese comentario no recibió atención ni por parte suya ni por parte de él.

—Pongámonos en marcha —sugirió Connan mientras arrancaba el motor y dirigía el auto a la carretera.

Jane optó por relajarse y tomárselo con la máxima calma posible. Se recolocó las gafas de sol sobre el puente de la nariz y bajó la ventanilla tintada de su lado para poder sentir la brisa desordenándole el cabello y refrescándole la cara.

Connan puso la radio en una emisora musical, y de pronto recibió el último empujón que necesitaba para transformar su semblante sombrío en uno optimista al descifrar la canción que sonaba. 

You say that it’s over baby, Lord, you say that it’s over now, but still you hang around me, come on, won’t you move over… You know that I need a man, honey Lord, you know that I need a man, but when I ask you to you just tell me that maybe you can[1]… —Jane comenzó a cantar emulando de forma divertida el estilo de Janis Joplin, realmente entusiasmada de escucharla, mientras el viento le llegaba a través de la ventana bajada y hacía de su cabello un revoltijo indómito.

Aquello le valió una mirada divertida de Connan, que tardó muy poco tiempo en prorrumpir en carcajadas.

—¿Con que Janis Joplin, eh? —dijo aprovechando un momento instrumental en el que la guitarra tenía protagonismo.

Ella despegó sus ojos del huidizo paisaje y lo miró dedicándole una sonrisa.

—Me encanta.

—Jamás lo habría adivinado —confesó él divertido. Su rostro adoptó un aire travieso cuando continuó diciendo—: te asociaba música más tétrica a juzgar por tu tendencia a estar seria.

Jane soltó una risita.

—Mírame. Soy todo un despliegue de actitud fúnebre —replicó con ironía.

Connan puso los ojos en blanco, peros su labios sonreían.

—Me has malinterpretado. He dicho que tienes tendencia a ser seria, no que lo seas. Por suerte con el influjo adecuado, osase yo, eres capaz de ser la más sociable y divertida de las mujeres.

Aquella revelación incrementó la risa de Jane.

—Tal vez a tu arrogancia le cueste aceptar el hecho de que no pienso diseccionar todo lo que me dices.

La provocación le valió a Jane un ligero pellizco en uno de sus muslos desnudos.

—¡Au! —se quejó, aunque en verdad había sido lo inesperado del gesto más que el dolor lo que le había arrancado la protesta—. Señor Cangrejo vigile sus pinzas.

—Jamás había conocido a nadie que insistiera en buscarle tantas alternativas a mi nombre —comentó Connan risueño.

—¿Lamenta el Señor Cangrejo que no le dedique apodos más dignos? —se burló Jane.

—No, princesita. Lo único que lamenta “el Señor Cangrejo” es no contar con una compañía más digna de su rango —bromeó él.

—Vaya, qué pena. Ningún centollo parecía entusiasmado ante la idea de pasar tiempo contigo y tuve que sacrificarme yo —dijo Jane siguiéndole el juego.

Connan tuvo que reírse.

—Eres una dura rival, ¿eh? —comentó mirándola de reojo y ostentando una ancha sonrisa.

—Mi lengua es mi mejor mecanismo de defensa —dijo Jane con alegría—. Tú en calidad de cangrejo posees tus pinzas, y en la de vikingo la fuerza bruta. Y yo me basto con mis aptitudes verbales para enfrentarme a ti en todas tus facetas.

—¿Y qué hay de la pasión? ¿Te sirven de escudo las palabras cuando te enfrentas a la pasión, Jane? —preguntó de pronto él, dedicándole una mirada rápida e intensa por el rabillo del ojo durante el tiempo justo que se lo permitía la carretera.

Jane sopesó su respuesta un momento. Apartó la vista hacia el cuadro que le ofrecía la ventanilla. Ya habían salido a las afueras de la ciudad y a cada lado se extendían metros y metros de prados adornados de hermosos árboles que tejían misterio con sus formas.

—Eso depende de si quiero evitar caer en ella o por el contrario deseo rendirme —dijo finalmente.

—Yo creo que estás más subyugada por los instintos de lo crees. Es por eso que te empeñas en alejar cualquier tentación con tanto brío. Porque no quieres dejarte sentir.

Jane frunció el ceño. Aquello indicaba cierta vulnerabilidad hacia sus palabras, pero por suerte aún llevaba puestas las gafas de sol, las cuales le permitían fingir un interés superficial por lo que hablaba.

—¿Tienes algún añadido más para tu teoría? —preguntó tratando de ahondar en el tema y resultar a la vez desenfadada.

—Sí —dijo él—. Tengo la sospecha de que eres muy intensa sintiendo. Pero no siempre te ha reportado buenas experiencias y tratas de prevenir en vez de arriesgarte a tener que sanar.

Jane sintió cierta inquietud hacia sus palabras.

—¿Y ya está? —dijo con cierta brusquedad—. ¿Ahora resulta que mi negativa a acostarme contigo es un problema patológico mío?

El rostro de él se ensombreció. Era evidente que no le agradaba el giro que había adoptado la conversación.

—En ningún momento he mencionado el caso hipotético de que nos acostáramos juntos.

—Pero esta conversación tenía como propósito esclarecer los motivos por los que no quiero hacerlo. ¿No es cierto? —preguntó Jane un tanto agresiva—. Digamos que te has cruzado con un tipo de mujer al que no le basta tu maravilloso físico para llevártela al catre. Ni tampoco le impresionan los detalles lujosos. ¿Tanto te cuesta entenderlo?

Él encontró un momento para lanzarle una mirada intensa.

—Sí, me cuesta entender —contestó—. Me cuesta entender por qué nunca antes he deseado a alguien con la intensidad con la que te deseo a ti. Me cuesta entender por qué me esfuerzo tanto por pasar tiempo contigo y conocerte. Pero sobre todo me cuesta entender por qué no me rindo cuando tu respuesta a mis intentos no es propicia a seguir probando.

Jane se quedó muda un momento. No supo de inmediato que contestar a esa confesión. Observó el perfil de Connan que había devuelto sus ojos a la carretera, aunque sospechaba que la atención seguía estando concentrada en la conversación y en su presencia.

—Será cuestión de arrogancia. Nunca te han dicho que no y no va a ser esta la primera vez. Daría mi brazo a que es eso lo que te ocurre —contestó ella convencida. Y la posibilidad de que eso fuera cierto le provocó una punzada de incomodidad. Si era sincera, le molestaba que tuviera un interés tan egocéntrico para pasar tiempo con ella.

—Debí suponer que pensarías eso —contestó él simplemente. No añadió nada más y permaneció en silencio largo rato.

Jane tampoco se vio con ánimo de llenar el silencio y dejo que sus ojos y su mente se perdieran en el hermoso paisaje que transcurría veloz frente a ella. Las arboledas existentes en las explanadas adyacentes a la carretera supusieron un paisaje idóneo para inspirar sus pensamientos. Decidió desconectar de la realidad y sumergirse en la vida de los personajes de su obra. Dado que la novela transcurría principalmente en una campiña inglesa la exposición de la naturaleza resultó un buen fondo para su imaginación, y enseguida escenas inconexas se formaron en su mente. Y aquellos episodios serían luego la esencia de la novela; el alma. Después su trabajo sería ordenarlas de manera coherente y hacer de ellas una cadena bien conectada que tradujera su exaltada imaginación en una narración con sentido.

La belleza del paisaje, el ejercicio mental y la hermosa música la sumieron en un cálido trance que pronto se tornó en sueño y Jane terminó por desatarse de los lazos de la realidad para viajar al mundo donde germinan las fantasías.


[1] Tú dices que esto termina nene, tú dices que esto termina ahora, pero aún tú me persigues, vamos, no te moverás… Sabes que necesito un hombre, cariño, sabes que necesito un hombre, pero cuando te lo pido tú solo dices que tal vez tú puedas… Letra de la canción “Move over” de Janis Joplin.

NUEVO PROYECTO ;).

He empezado a escribir otra novela. Por supuesto, no abandonaré la redacción de ésta, aunque es posible que tarde un poco más en actualizar ya que como mi propósito es terminar la nueva para noviembre le daré más prioridad sobre esta.

La nueva novela es un antiguo proyecto que tenía por ahí empolvado. La historia debí pensarla cuando aún estaba en la ESO y me he basado en la idea general de lo que había conjeturado entonces para modificarla y profundizar en los detalles. Y buscarle un enfoque totalmente oscuro y trágico; para qué negarlo. Así soy yo (jajaja).

Avisar que ésta es una novela totalmente diferente de "Amanecer en París". Todo es ditinto: estará ambientada en la epoca victoriana inglesa, habrá elementos de fantasía, secretos oscuros y personajes destacables por su juventud.
Como ya he dicho, en un principio voy a intentar acabarla para noviembre, ya que encaja perfectamente en el perfil de un concurso literario al que planeo presentarme. Llegado el momento quitaré la novela del Blog para poder participar. Pero hasta entonces sois libres de disfrutar leyendo aquí.

Besitos ;).

martes, 26 de junio de 2012

►CAPÍTULO IX [Part I]


—Menos mal que vuestro oficio consiste en hacer felices a vuestros clientes —ladró sin compasión a través del auricular.

—¡Buenos días señorita Cassidy! —saludó una voz femenina rebosante de entusiasmo.

La alegría que mostraba su interlocutor la irritó. Nada más estresante que encararse con alguien que no respondía con lógica a un ataque tan mordaz. Uno: o esa mujer era estúpida y no detectaba el descontento de su voz; o dos: se negaba a entrar en su juego de <<a ver quién explota de rabia primero>>.

Daba igual cuál de las dos fuera la verdadera; ambas la frustraban.

—¡¿Buenos días?! Mire, señorita Flower Power, no ocupo una suite de más de 8.000€ para que me arruinen el sueño y piensen que pueden compensarlo con un efusivamente insano <<buenos días>>. ¿Lo entiende? Que no se vuelva a repetir.

Fue un intento inútil de acobardarla. La mujer procedió como si ella jamás hubiera abierto la boca y comenzó a contarle el boletín de noticias con esa voz alegre que nunca la abandonaba.

—Señorita Cassidy, la telefoneo desde la recepción del hotel. Aquí conmigo se halla un caballero que solicita que se reúna inmediatamente con él.

—Nadie que se considere caballero se presenta sin un avisar con antelación —gruñó ella.

—¿Cuánto tiempo aproximadamente le digo al caballero que ha de esperar su compañía?

—Dígale al “caballero” que me reuniré con él en cuanto acabe mi cita con Morfeo. ¡Y va para largo! —Colgó el teléfono de un solo golpe y sin remordimiento alguno se acurrucó en las sábanas, tapándose con ellas hasta la barbilla.

Se hallaba suspirando feliz, pensando que había ganado esa batalla, cuando el teléfono volvió a sonar.

Decidió ignorarlo, pero era tan insistente como la primera vez.

Empujó las sábanas furiosa y se hizo con el auricular nuevamente.

—¿Exactamente qué es lo que entiende usted por <<quiero dormir>>? —gritó.

—Buenos días, princesa. —Una voz arrulladora, sonriente y suave la saludó desde el otro lado. Por supuesto, era Connan—. Sé que estás de malhumor porque en el día de hoy aún no has atisbado príncipe alguno, pero yo tengo el propósito de solucionarlo.

—¡Ja! —se burló Jane—. ¿Acaso conoces algún ingeniero que haya inventado una máquina extraordinaria que me transporte a algún cuento?

Lo sintió sonreír contra el auricular.

—Me basto yo solo para solucionar este asunto —contestó con voz risueña—. Bueno, ¿qué? ¿Vas a bajar o me vas a obligar a subir a por ti?

Jane levantó las cejas, sorprendida por su amenaza.

—¿Cómo subir? ¡De ninguna manera! —protestó—. Además —añadió con voz triunfadora—, no creo que la seguridad del hotel lo permita.

Él rió.

—Me temo, princesa, que no estás tan protegida como supones. La gente de aquí no trabaja para la gente, trabaja para el dinero…

—¡¿Serías capaz de sobornarlos?! —exclamó ella.

—No me hace falta. Soy el titular temporal de la suite, ¿no? —dijo él con abierta satisfacción.

—Por supuesto —contestó Jane con tono irónico—. Toda situación tiene su lado malo. Sin embargo… —se preguntó Jane en voz alta, cuando un pensamiento se abrió paso en su mente, sopesando otra idea—. Entre el dinero y el prestigio del hotel, ¿a qué le dan prioridad?

—¡Eso es algo que se me escapa! Pero la próxima vez que me aloje aquí no me olvidaré de pedir una circular con la escala de valores del Ritz impresa —respondió él con sarcasmo divertido.

—Ríete todo lo que quieras, pero si te atreves a colarte en la suite, armaré tal escándalo que se enterarán de todo los clientes actuales y los futuros posibles —sentenció ella triunfal. No era que le molestara especialmente que entrara, pero su orgullo le impedía hacerse ver como la víctima en ese asunto. Connan tenía que saber que con ella no iba a salirse con la suya. Que en lo referente a ella no podía hacer lo que quisiera simplemente por ser quien es o por su dinero. Ella tenía su propia arma: el ingenio. Y era poderosa.

—Yo no me beneficio del prestigio del hotel —contestó él tranquilamente, como si le fuera un tema absolutamente ajeno.

—Sin embargo,  te verías relacionado con su catástrofe —contestó ella con una sonrisa—. Ya me imagino los titulares: <<Connan Knight, responsable directo de la caída del Ritz>> <<Connan Knight trata de saciar su fetichismo robando bragas en el Ritz>> <<Connan Knight, el guapo e inmoral pervertido>> <<Connan Knight y su hobby secreto: allanar suites escandalosamente caras>> <<Connan Knight: el dinero no compra la decencia>> <<Connan Knight….>>

—Ya te has explayado bastante, ¿no? —gruñó él con patente frustración—. Además yo a la prensa la tengo manipulada.

Jane soltó una vivaz carcajada.

—Claro, por eso ahora estás en un idílico romance con una preciosa supermodelo.

Connan bufó.

—Era la alternativa a verme enrollado con un princesita guionista del tres al cuarto —apuntilló él.

—¡Pero bueno! —exclamó Jane, aunque divertida al tener pruebas evidentes del cabreo que había logrado suscitarle—. Mereces que te cuelgue, desconecte el teléfono y atranque la puerta de la suite con todos los muebles disponibles.

—E incluso así no te librarías de mí —aseguró él.

—Dudo que el personal del Ritz permitiese una batalla en sus lujosas instalaciones.

—Tengo más recursos que abrirme paso hasta ti como un vulgar bárbaro.

Jane volvió a reír.

—Necesitaré una evidencia real de eso. El único papel en el que encajas en mi mente es en el de vikingo saqueador.

Jane pudo imaginárselo perfectamente rodando los ojos.

—¿Qué te parece si discutimos sobre mi perfil de bárbaro dentro de quince minutos en el vestíbulo del hotel? —sugirió.

—No hay mejor aliciente que un diálogo acerca de botines de guerra, sangre, mazazos primitivos y lluvias de vísceras —comentó ella con sarcasmo.

El lanzó una breve risa.

—Tienes razón: la práctica de todo eso debe ser mucho más excitante.

—Creo que la discusión ya no tiene sentido; ha quedado confirmado que eres un salvaje bárbaro.

—En ese caso sabrás que realmente no te doy a elegir cuando te digo que bajes —añadió él con tono jovial.

—Pues solo si puedo practicar el libre albedrío conseguirás que baje —gruñó ella.

Él lanzó una alegre carcajada.

—Se me olvidaba que mis ingeniosos métodos de persuasión no son compatibles con tu orgullo —contestó él—. Pero tengo más armas… Digamos que te tengo una sorpresa preparada.

—¿Una sorpresa? —preguntó ella con un traicionero timbre curioso en su voz.

—Sí. Y cuanto antes bajes antes podrás disfrutar de ella.

—Humm. No es suficiente —se resistió ella—. Primero cuéntame sobre la naturaleza de la sorpresa.

Él rió muy fuerte.

—Debí suponer que no bastaría. En fin, díganos que tiene como propósito estimularte creativamente. Inspirarte.

—¿En términos sexuales? —aventuró ella con desconfianza.

Él volvió a reír.

—No, lo prometo.

Jane lo pensó unos instantes.

—De acuerdo. Admito que me pica la curiosidad y de todos modos ya me has desvelado.

—Hasta ahora, princesita —canturreó él.

—Hasta ahora, vikingo —se despidió Jane.

martes, 19 de junio de 2012

►CAPÍTULO VIII [Part II]


La noche ya estaba avanzada. Las cortinas granates de brocado hacían demasiado bien su trabajo de censurar el brillo de la oscuridad.

En eso pensaba Jane cuando se levantó de la gigantesca cama y deslizó sus píes en las suaves zapatillas de terciopelo rosa. El lecho era demasiado grande como para que Heather notara su ausencia. Ambas compartían cama, sin que eso significara pasar una terrible noche espachurrada. Más bien podía atreverse a decir que podía llegar a extrañar la cercanía de su amiga, ya que la cama les facilitaba un amplio espacio para cada una.

Se arrastró hasta el ventanal y se introdujo entre los pliegues de seda de las cortinas, ocultándose tras ellas y haciéndola sentir como una chiquilla que huye de un inminente castigo o juega a introducirse en un mundo de sueños solo accesible para ella.

Pero en su caso ella no era una niña, y solo buscaba la caricia de la luna. La reina de la noche lucía especialmente luminosa, con el vestido más perfecto y voluptuoso que tenía: estaba en luna llena. Por un instante, Jane pensó en la luna como en una mujer embarazada, que paseaba a su hijo en el vientre, contándole leyendas más antiguas que la creación del mundo que recogía de la mirada añeja de las estrellas.

De pronto ella también sintió ganas de escuchar los relatos de la luna, y se vio forcejeando con la manija. De pronto sentía la imperiosa necesidad de respirar aire puro.

Enseguida salió a la noche, y cerró los ojos para empaparse del frescor que llevaba el viento nocturno. Avanzó hasta el límite que marcaba la balaustrada de hierro tan elegantemente moldeada, y sus manos se asieron a él. Eso era lo único que la anclaba a tierra, o esa sensación tenía. Por un momento puso la mente en blanco y se concentró en sentir su cabello suelto iniciar una danza con la brisa, rozándole las mejillas que el estímulo del viento habían arrebolado. Incluso sus pestañas parecían saltar desde su raíz. Su liviano camisón blanco no estaba tampoco dispuesto a perderse la oportunidad de coquetear con aire, y enseguida revoloteó en torno a su cuerpo, su sedoso contacto rozándola al compás de la brisa.

Abrió los ojos de golpe y su mirada atrapó la luna. Los pensamientos concernientes a la maternidad volvieron, aunque esta vez tuvieron como núcleo a ella misma. ¿Sería alguna vez capaz de sentirse feliz ante la perspectiva de traer al mundo a sus propios hijos? ¿Se curaría alguna vez del poco entusiasmo que le suscitaba la idea? ¿Era rara por no sentir que la biología le dictaba ser madre? ¿Necesitaba tiempo para desear serlo o estaba condenada de por vida a horrorizarse ante el mero pensamiento? ¿Necesitaba algún estímulo para quererlo, tal vez el amor de un hombre?

Enseguida se detuvo el flujo de sus pensamientos. ¿Qué sandeces estaba pensando? ¿Necesitar un hombre para tener un hijo? Ella se bastaba para casi todo, y siempre asociaba a la prehistoria la idea de necesitar un hombre, pero tal vez en este asunto fuera diferente. Porque a veces se preguntaba si se bastaría ella sola para criar un niño. Si sería lo suficientemente fuerte de verse capaz de encarar sola una responsabilidad tan grande.

Enseguida se sintió disgustada. ¿Por qué se inquietaba con esas cuestiones? Ella siempre había sido un ser independiente al servicio de su mentalidad… Así que, ¿por qué preocuparse por tener un hijo si ella decidía que no lo quería? ¿Por qué amargarse? En el fondo lo sabía. Sospechaba que tal vez el quid de la cuestión era que sí lo quería pero que le daba miedo. ¿Tal vez en el fondo asociaba la idea de un hijo con una familia feliz? ¿Tal vez solo estuviera preparada cuando estuviera segura de poder darle esa familia unida y perfecta?

Definitivamente tener una madre tan obsesionada con los niños la afectaba, pensó enfadada. Toda su vida había visto a su madre y las mujeres de su alrededor desvivirse ante las necesidades de un niño, angustiarse ante su llanto y describir la maternidad como el cénit de su existencia. Ella siempre había desdeñado eso porque le parecía que era una mentalidad más antigua que los dinosaurios. Pero tal vez había tratado de consolarse con aquel pensamiento. Tal vez era la forma en que se resguardaba para evitar sentirse extraña, la pieza sobrante de un puzle. Además, sospechaba que su alergia a los niños era algo que le venía desde muy atrás, desde antes que tuviera conciencia. Desde que fuera una enana solamente capaz de sentir.

Su madre no la había tratado con la exclusividad que ella había querido. Al regentar una guardería, no se había dado de baja al nacer ella, y en cambio la había criado con los demás niños. Supuso que su madre pensó que era una fantástica idea tener la oportunidad de educar a su pequeña integrándola en la compañía de los demás niños tan temprano, sin embargo ella creía que solo le había ocasionado inseguridad. No se acordaba de sus primeros años, pero a veces se recordaba comparando las atenciones que su madre le brindaba a los otros niños con las que le ofrecía a ella misma. Siempre buscando una señal que le hiciera ver que ella era única a sus ojos. Por supuesto que su madre siempre era a ella a quien se llevaba a casa, pero durante la mayor parte del día tenía que competir con muchos niños para ser receptora de su amor.

Jamás había logrado hacer amigos en la guardería. En vez de verlos como hermanos y hermanas, como su madre había pretendido desde el principio, ella los veía como obstáculos que la alejaban de una conexión especial con su madre. Poco a poco fue volviéndose más arisca con los demás niños, hasta comenzar a pegarlos y a  robarles sus juguetes o romperles sus muñecos preferidos. Sentía rabia y celos, y la necesidad de captar la atención de su madre, aunque fuera de malas maneras.

Sus travesuras aumentaron y le valieron numerosas broncas y castigos, pero pronto dejó de sufrir por ellos, de tan acostumbrada que terminó.

Cuando por fin accedió a primaria ya se había granjeado la fama de mala. Pocos fueron los niños que hicieron el esfuerzo de tener amistad con ella, y esos escasos pequeños fueron despachados con hostilidad y sin compasión. Ella no sentía ningún apego hacia ninguno de ellos y tampoco le suscitaban interés, así que muy pronto ella se aisló en sus libros y sus cuentos y encontró en ellos la compañía y el calor que a veces se descubría anhelando. Pronto dejó de tenerle rencor a su madre, porque comprendió que era su naturaleza desvivirse por todos los niños, que la obnubilaba su inocencia pueril, y dejó de culparla. No obstante, seguía sin sentir interés por hacer amigos.

Así continuó largos años. Como Jane no tenía nada que perder, ya que no tenía ni un estatus privilegiado ni amigos que perder en la escuela, jamás se preocupó por ser simpática ni por tratar de mantener una relación de muda cordialidad con los demás. Era demasiado fogosa para callarse y guardarse para sí su opinión. Había sido una niña extraña. Desde pequeña había sido honesta, y no le importaba que su parecer pudiera resultar hiriente, inconveniente o afilado. Solo le importaba decir la verdad y manifestar que ella no era una estúpida marioneta más de ese jerárquico mundo de escuela.

Las cosas cambiaron cuando llegó a secundaria. Entonces llegó Heather a la ciudad.

Su familia era rica. Su padre era un importante empresario que se pasaba la vida viajando por negocios, y su madre una acaudalada señora de la casa. Ambos habían buscado paz en ese pueblo, vivir acomodadamente en una villa tranquila. En un pueblo tan pacífico y sin sobresaltos como aquel, la llegada de una nueva chica causó furor. Y el conocimiento de su abultada billetera presagió una gran promesa para los grupos más populares de la escuela. Todos estaban ansiosos por llegar primero y “cazarla”.

 Todo aquel asunto le repugnó. Ella le repugnó aún sin conocerla. Sabía que era una emoción injusta, puesto que ella era una desconocida y no le había dado tiempo a para defenderse de los prejuicios que le había provocado. Pero no pudo evitarlo. Era ver ese superficial entusiasmo hacia ella y sentir asco.

Durante días Heather fue el principal tema de conversación. Todos apostaban por el rebaño al que terminaría por pertenecer. Jane por su cuenta apostaba por su capacidad cerebral para eludir o no a la persuasión de pertenecer a tan superficiales y estúpidos grupos de amigos.

Finalmente Heather se dio a conocer. Su apariencia entusiasmó, sobre todo a chicos. Ella era alta, rubia, de ojos azules, facciones suaves y armoniosas, labios carnosos, pechos grandes, cintura estrecha, caderas redondeadas, piernas largas y tez bronceada. Toda una belleza. Las chicas no se sintieron muy complacidas por su apariencia, por supuesto, pues era toda una amenaza. Sin embargo, Jane observó con verdaderas arcadas como esgrimían falsas sonrisas y dotaban a sus palabras de un entusiasmo altisonante.

Pero Heather la sorprendió. Gratamente. En contra de todas las expectativas que sugerían su despampanante belleza y su exorbitante economía, ella era una chica sencilla, sincera y extrovertida sin llegar a rozar la hipocresía. Jane la observó con atención mientras su cara permanecía serena, casi decepcionada de tan abundantes e insustanciales atenciones. No parecía feliz de ser motivo de tanta charla banal y enseguida intentó escabullirse. Sin embargo, había despertado un fervoroso interés que acababa de alcanzar su apogeo ante su aparición, y fue casi una tarea imposible.

Y por primera vez Jane sintió simpatía por alguien ajeno a sus allegados.  

A sabiendas de lo impopular e indeseada que era entre sus compañeros de colegio, Jane era su única esperanza. Y decidió rescatarla.

Así que concentrando su mirada en ella e ignorando a la multitud que la tenía cautiva, y con la perspectiva alentadora de hallar una amiga, se dirigió hacia ella, abriéndose paso a empujones y codazos a través de ese corro de cacatúas histéricas de hipócrita emoción.

<<Soy tú única salvación frente a este ejército de cacatúas sin fronteras >> le dijo ofreciéndole la mano.

Heather pareció sorprendida ante sus palabras, tan directas y honestas, pero también estaba encantada. Sin pensárselo dos veces, muy poco preocupada de poner en riesgo la posibilidad de ser popular en aquel colegio, estiró su brazo y depositó su mano en la de Jane.

Las cacatúas orquestaron el momento con chillidos horrorizados y exclamaciones indignadas, pero el marcador ya tenía vencedor: Jane 1, Cacatúas 0. Y no había marcha atrás.

Y ese fue el día en que Jane se granjeó la que ahora era su mejor e incondicional amiga.

Ambas se gustaron desde el primer momento. Poco a poco Jane la fue conociendo, y, lo más difícil: se dejó conocer por ella.

Resultó que Heather era un apasionada artista, y en verdad era muy buena. Tenía un manejo excepcional de los colores, y un conocimiento impactante de los contrastes, de las luces y las sombras. Lo suyo era pintar emociones, retratar sentimientos, narrar cuentos a través de imágenes. Era muy expresiva y cada obra que le mostraba encerraba una parte de su alma. Podía verlo. Todos tenían una fuerza que penetraba por los ojos y florecía hasta hacer estremecer todo el cuerpo del espectador. Sin embargo, era algo que llevaba en secreto, porque esas inclinaciones artísticas no eran del agrado de sus padres. Ellos ya tenían planes para ella, y su amor por el arte era un obstáculo. Algo digno de desdén y vergüenza. Sus padres la infravaloraban. Lo único que veían en ella era belleza, belleza que a su vez se traducía en millones. Su plan para ella era casarla pronto y bien con un hombre bien posicionado ahogado en millones. Y su belleza era la mejor baza para conseguirlo. Jane recordó lo horrorizada que se sintió cuando se lo contó, y cómo la obligó a prometerle que jamás se sometería. La obligó a jurarle que lucharía por sus sueños, que pasaría por encima de sus padres, por encima del mundo.

Ella era su primera amiga y la iba a proteger de la infelicidad lo mejor que podía. Ella era la primera persona con la que sentía conexión, con la que se sentía cómoda de verdad. Las dos eran distintas, pero encajaban como si hubieran sido antes una pieza única que hubieran partido por la mitad y luego se hubieran convertido en dos personas individuales. De ese perfecto y especial modo encajaban.

Recordaba todas aquellas mágicas tardes, en las que se escabullían por los alrededores de la casa de Jane y cada día buscaban en el bosque un lugar más hermoso. Allí se pasaban horas, Heather pintando y ella inventándose narraciones para sus creaciones. De ese personal modo desgranaban los secretos de su alma y los exponían a una cálida luz tardía.

Ambas hicieron de musas la una para la otra.

Jane se volvió para mirar en el interior del dormitorio, donde Heather dormía plácidamente, sumida en sus sueños, espachurrando un almohadón con complejo de nube entre sus torneados brazos. Su cabello de oro parecía plateado por el influjo de las estrellas.

Recorrió a su amiga con una mirada tierna, siendo consciente de la inmensidad de su significancia para ella. De algún modo se habían salvado la una a la otra.

Heather le había enseñado a confiar fuera del perímetro familiar. Le había enseñado a compartir su mundo interior y a encontrar esta práctica agradable. Le había enseñado el valor de un abrazo, cómo se hacía más liviano el peso de la tristeza cuando se comparten las lágrimas. Le había enseñado un enfoque más optimista e iluso de la vida que, aunque no compartía, respetaba y admiraba, y añadía un toque de luz a su propia perspectiva.

Ella por su parte le había enseñado a Heather a respetar sus sueños, y a no dejar que las críticas de los demás los desvalorizaran. Le había mostrado cómo anteponer sus opiniones a la opinión general, como identificar las batallas que merecían ser libradas, cómo estar dispuesto a pagar el precio que hacía falta por alcanzar los sueños. Le había enseñado a florecer su optimismo, algo característico en ella pero que las continuas censuras de sus padres y el ámbito superficial que frecuentaba habían conseguido envenenar hasta casi matarlo.

Ambas se habían apoyado y luchado. Habían confiado la una en la otra y poco a poco había sucedido lo inevitable: se habían convertido en una de las cosas más importantes en sus vidas.

Continuamente habían decsubierto que una lucha que trataba de salvar su amistad estaba siempre justificada y que estaba siempre abocada a la victoria, porque las dos batalladoras tenían un interés verdadero en vencer y continuar siendo amigas.

Una lágrima de gratitud se abrió paso por sus pestañas, y descendió por su mejilla, siguiendo el sedoso camino que ofrecía su rostro hasta alcanzar la barbilla y saltar a su pecho, donde siguió trazando su sendero de felicidad.

Jane no quiso detenerla. Esa lágrima era fruto de una emoción provocada por su amistad con Heather, y deseaba que se deslizara hasta el infinito si representaba su cariño por ella.

Con una sonrisa volvió al cuarto y se metió en la cama, arrebujándose junto a Heather bajo el edredón. Sus brazos buscaron estrechar la cintura de su amiga, y con un suspiro de placer, se acurrucó a su lado y se durmió mecida por la nana que marcaba la respiración de su amiga, envuelta en su calor.